viernes, 25 de marzo de 2011

Y al final...


Tuve que cambiar el concepto, dejé las montañas y me vine al mar, es como extrañar cada día un poco más lo que vi, lo que conté, lo que sentí, sola, tranquila, con paz, en cada hoja, en cada mirada, cada paso que uno daba por la ciudad se sentía retumbar en ecos minúsculos por cada rincón de las calles, era preciso, no habían disturbios y nadie aceleraba a nadie. Era como tocar la esencia que tiene una hoja encorvada para distinguir su sombra y su luz, sus contrastes y la fuerza que puede llegar a tener hasta que la recoja el otoño de un nuevo año, todo sostenía un peso igual, nada perdía su equilibrio, pero cuando sucede que algo se cae o se rompe, una de las partes tiene que salir a buscar otro lugar para seguir, a experimentar otras cosas, a leer las manos del mar que tocan violentas a la arena, la arena que se recoge junto a la orilla y el viento que se mezcla con todo, es así este puerto, una mezcla de gente, de ambientes, de casas, un desordenado lugar como para ver siempre por la ventana, la gente pasa, el tiempo corre más rápido que nunca, la gente sale a trabajar y todos se conocen, cuesta adaptarse, cuesta tener que tomar el omnibus y decir una dirección que no conocías, cada día es como un ritual, hermoso... pero ritual, las cosas van tomando un lugar y si no... se les hace uno. Todos los días se vuelve a pensar en algo, llega a la memoria la nostalgia de un recuerdo, de un lugar, del cielo y su luz, pero todo lo decidimos nosotros, y sentimos acercarnos más y más, guardamos cosas, lo más que podemos, pero siempre aprendemos, extrañamos y crecemos, es lo bueno de compartir experiencias, de hacerlas de uno mismo, ¡son! de uno, son cosas que vivimos... y aunque la vida muchas veces nos parezca extraña, al final... suele ser bueno cambiar el concepto.

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